A no ser que estuviera uno dotado de una especial perspicacia, no había nada en el Maestro que pudiera considerarse fuera de lo ordinario. Si las circunstancias no eran para menos, el Maestro podía asustarse y deprimirse. Podía reír. llorar y encolerizarse. Disfrutaba con la buena comida, no le hacía ascos a un par de copas en incluso se sabía que era capaz de volver la cabeza al paso de una mujer bonita.
En cierta ocasión, un visitante se lamentaba que el Maestro no era un "hombre santo" a lo cual un discípulo replicó:
- Una cosa es que un hombre sea santo, y otra muy distinta que a ti te parezca santo.